mercredi 11 février 2009

Que la tierra te sea leve. Ricardo Sumalavia. Bruguera, Barcelona, 2008. 156 pp.

Por José Donayre

Ya estaba advertido del envío del libro por su propio autor. De modo que cuando recibí la llamada de mi esposa sobre la recepción del paquete, le escribí un mensaje electrónico a mi buen amigo: «Querido Ricardo: Hace un instante me llamó Nancy a decirme que ha llegado un paquete de Barcelona. Sin duda que es tu novela. Espero salir pronto de Petro para empezar a leerla».

La novela no llegó en el mejor momento (lo cierto es que hace muchos años, para mí, jamás es un buen momento para la lectura «de un tirón» de un libro de más de cien páginas). No me quedó más remedio que ser un delincuente, o sea, robar tiempo para disfrutar Que la tierra te sea leve, novela finalista del Premio Herralde de Novela en 2006. Hace una semana terminé de leerla y aún la sigo paladeando.

Con esta novela me queda muy claro que Sumalavia es el escritor mejor consolidado del grupo de narradores bisoños que conocí antes de 1990. Que la tierra te sea leve es un libro con muchas virtudes, pero, sobre todo, compuesto a la luz de una mística literaria que el autor empezó a cultivar desde su primera entrega: Habitaciones.

Sí, mística. Concepto que escritores alrededor de los cuarenta años pueden saber de su existencia y uso lingüístico, pero que no logran, a partir de este término, establecer un estilo o plantear un norte literario, pues se hallan en la banal y frívola carrera de atender un mercado o posicionar su nombre sobre la base de una estrategia de marketing. Hablamos de fama y reconocimiento, pero no necesariamente de consagración y éxito, que se logra con un trabajo constante y comprometido, en el que el buen uso del idioma, más que un detalle, es prácticamente todo, a fin de que el quehacer literario no solo sea una imitación de la realidad sino la reinvención de la palabra misma. Y aquí estamos en un nivel literario mayor y muy complejo: la mística de la poética, ámbito que Sumalavia explora a sus anchas y a todo riesgo.

Que la tierra te sea leve no es afortunadamente un libro perfecto, pues como toda buena novela es un intento por alcanzar la perfección como fragmentación o totalidad. Sumalavia ha publicado una obra de ingenio que será recordada por una manera muy limpia de contar y describir para plantear con prolijidad su visión del mundo, particularmente en torno a las relaciones familiares y literarias.

Desde lo estrictamente personal, considero el capítulo «Tongseng» como la unidad narrativa más lograda del volumen. A continuación, transcribo parte de su último párrafo, con el propósito de que el interesado aprecie la sobria belleza con la que Sumalavia consigue distender una situación dramática, apoyando toda la expectativa en la potencia significativa de una misteriosa palabra en otro idioma:

«Esos fueron mis pensamientos, los rostros que veía en el camino. Al menos fue así hasta que tomamos una pequeña pendiente de bajada y el auto del profesor Kang empezó a deslizarse sin control. El aumento de la velocidad fue rápido. Instintivamente sujeté la correa de seguridad, estiré las piernas y pisé con firmeza, como si de esa manera pudiera detener el auto. No te asustes, tongseng. Ya lo controlo, me dijo el profesor Kang en coreano. Pudo ocasionarse un terrible accidente. Por fortuna no hubo otros autos cerca de nosotros y enseguida estuvimos al final de la pendiente. (…) Te lo dije, tongseng. Ahora podemos viajar tranquilos. Esto me lo dijo sin dejar de mirar el camino. Qué bueno, le respondí, e hicimos el resto del viaje en silencio. Yo traté de recordar el significado de la palabra tongseng en coreano, pero no lo conseguí.»

Publicado En mis estantes.

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