mercredi 11 février 2009

Que la tierra te sea leve y los rostros de un escritor

por Félix Terrones

“Creo que es mejor saber que viajas con una pregunta que con una certeza”

Había buscado a Ricardo Sumalavia mucho antes de saber que lo buscaba. Me enteré de que su última publicación era una novela y la noticia me sorprendió. Acostumbrado a leer sus textos cortos, la idea de imaginarlo, no solo autor de una novela, sino también finalista de un premio tan prestigioso como el Herralde (2007) por culpa de esa misma novela me intrigó y llevó a buscarlo. Inútil: el libro tomó varios meses para ser publicado. Aparecido en julio de este año, recién llegado a Lima estos días, yo acabo de terminar sus hojas, la ortografía de una escritura pulcra que refleja la vida de escritores hermanos, prostitutas, enanos, amnésicos y familias con el mismo espejo crepuscular. Acordamos, esta entrevista, él en Bordeaux (ciudad en la que vive desde hace tres años) y yo en Tours, acerca de su libro.

LOS DOS HERMANOS

Los primero que llama la atención en Que la tierra te sea leve es que, pese a que se trata de tu primera novela, se podría decir que retoma el imaginario, los temas y las obsesiones de tus dos anteriores libros. Sin ir más lejos, el tema de la casa, o el del espacio familiar, muy presente en Que la tierra te sea leve, está anunciado ya desde el título de Habitaciones (1993). ¿En qué medida consideras que retoma o tergiversa tus temas recurrentes?
En realidad, las preocupaciones por las casas y todo mi imaginario personal que está en mi novela han estado desde siempre, desde que empecé a escribir. Me explico: incluso antes de mi primer libro, Habitaciones (1993), yo ya había escrito un cuento en el que aparecían la casa, Féfer el enano y su hermano. Esta primera versión, ya remota, se publicó en una revista mexicana. Si bien abandoné este cuento en un primer momento, creo que fue a partir de éste que construyo toda mi propuesta. Siempre me atrajo la imagen de la casa como metáfora de la mente del hombre: sus corredores, sus habitaciones, sótanos, zonas prohibidas, selladas a la vista y memoria de los hombres. Por supuesto, también hay otros niveles de interpretación con la imagen de la casa. Como pequeños universos, por ejemplo: escenario de vidas familiares que se condicionan al espacio que los contiene. Como baúl de secretos para los que estamos fuera de esa casa. Eso está también muy presente en Retratos familiares (2001).

Y dentro de esta casa, que en realidad es otro personaje de la novela, tenemos a los dos hermanos: Sebastián y César que parecieran reinventar el mundo con sus juegos, específicamente con lo que ellos llaman “el gran juego” vinculado con la noche, lo secreto…
Efectivamente, la casa no sólo es un escenario. De alguna manera es otra voz dentro de la narración. Voz que se hace presente a través de ese juego nocturno de los hermanos y la remota muchacha del retrato. Cuando pienso en estos pasajes, me es inevitable no referirme al poeta José María Eguren y sus personajes infantiles y espectrales, a su universo concentrado en el misterio de la noche que espera un rayo, una efímera luz que los revele. Por otro lado, Eguren decía que el niño es un movimiento de arte, un dinamismo estético. Y esta es la directriz que he seguido en la escritura de esta novela.
La escritura pareciera tener un carácter ambiguo dentro de la casa. Por un lado ella sería la posibilidad de recuperar la infancia de juegos, pero por otro lado es la garantía de una identidad desordenada, camaleónica: las palabras escritas como que quieren dejar de ser eso, escritas, y ser únicamente palabras, desordenadas, confusas palabras que no puedo controlar. ¿Tu novela enfatizaría la capacidad mistificadora del relato antes que la posibilidad de recuperar el pasado, y con él la identidad?
En este caso la identidad se relativiza. Lo que busco son posibilidades de reconstrucción de esas identidades a través del lenguaje. Existir en tanto se dice que existe. Lo que creo conseguir con ello, al menos es lo que intento, es que los tiempos converjan en un presente. De allí que pueda parecer confusa la simultaneidad de personajes y de distintas acciones. Claro, no hay que perder de vista que todo lo hago en las historias referidas a Féfer y César. Entre estas historias intercalo, a modo de crónica –una falsa crónica, tendría que decir-, la búsqueda de ese joven aspirante a escritor de lo que él llama su hermano literario. En estas historias el lenguaje –su problemática, si quieres- también está presente.

UN ESCRITOR SUELTO EN EL MUNDO
Y ya que hablas de identidad y búsqueda, me parece que son precisamente estos episodios intercalados los que multiplican estas dos coordenadas: un francés amnésico que busca su pasado en un coloquio dedicado a Martín Adán en Bordeaux, un profesor coreano que busca a su hermano desaparecido, un escritor peruano que descubre a su “hermano literario” en Tomas Bernhard… ¿Cada una de estas tres historias no sería sino distorsiones de la reflexión acerca de la escritura?

Exacto. El proceso mismo de escritura es otra de las aristas que pretende destacar en esta novela. Las historias del joven escritor y sus peripecias mientras se interna en la memoria, u olvido, de los otros personajes me dieron un espacio perfecto para la reflexión, para tratar de conocer las posibilidades y límites del lenguaje en su uso cotidiano y en el plano de la creación. Y ya que antes te hablé de Eguren como una de mis referencias, aquí podría mencionarte la conocida Epístola de Amarilis a Belardo. Ese texto me fascina. Una voz de amor que se crea en tanto ama y en tanto sus palabras la van construyendo. Y no sólo a ella, sino también a su objeto, a quien conocía únicamente por sus textos literarios. Claro, estas son correspondencias veladas en el caso de mi novela.
Me llama la atención que todas las búsquedas parecieran condenadas al fracaso, pues la muerte real o simbólica aparece de un modo u otro. Por lo demás el título del libro – que retoma un epitafio que se grababa en las lápidas romanas - pareciera “programar” esta interpretación. En resumidas cuentas, da la impresión que la búsqueda fuera, antes que nada, el pretexto para marcar la oscilación, el cambio, la “relativización” de la que hablabas.
Más que un pretexto, la búsqueda es un fin en sí mismo. Todos los personajes ya están condenados de alguna manera. Así los percibí desde el principio de la escritura. De allí también el título, que era una suerte de aligerar ese destino trágico; pero por otro lado proponer con él una interrogante en ese camino al fracaso. Creo que es mejor saber que viajas con una pregunta que con una certeza.
Me parece incluso más significativo en la medida en la que su búsqueda se encuentra relatada no como una evolución sino como un regreso, al menos en el tiempo de la narración: comenzamos en Bordeaux para terminar en Lima. Por lo demás ahora se me ocurre que esto puede tener un eco en el regreso a la casa del otro narrador, como si todas las búsquedas o viajes fueran al mismo tiempo un retorno al pasado. ¿Te lo planteaste de ese modo? ¿No hay un toque de ironía en ello?
Al principio, fue todo por azar. Es decir, el capítulo que sucede en Burdeos lo escribí cuando no tenía ni idea que terminaría viviendo aquí. Lo escribí en Lima. Y lo anecdótico es que volví a encontrarme con el personaje francés, pues por otras casualidades trabajamos en el mismo lugar, y ahora somos muy buenos amigos. Por supuesto, una vez ya instalado en esta ciudad, la construcción de la novela cobraba otras dimensiones y nuevos sentidos. Y fue aquí, en Burdeos, donde revisé y amplié el capítulo que trascurre en Lima. De alguna manera esas idas y vueltas han terminado por borrar mi punto de partida y destino. Ambos se han hecho uno. Eso hace que ir siempre sea volver.

UN RETRATO Y VARIOS PROYECTOS
Tracemos algunas puentes entre lo que Rosella di Paolo llamó “dos pelajes narrativos”. Está claro que ella se refiere a los dos niveles de la narración, niveles que se alternan independientemente uno del otro, pero lo que me parece extraordinario en tu texto es que ambos registros son como las dos caras de una moneda, se reclaman sin cesar. En este sentido, me gustaría que me contaras un poco más de una imagen que me parece grafica esto de un modo extraordinario: Sebastián y César cargando el cuadro de la mujer… De hecho, tengo la impresión de que toda tu novela está ahí…
Esas dos caras de la moneda a las cuales te refieres las tengo en mí. Mira, los capítulos que trascurren en el centro de Lima, en Barrios Altos, en los que no aparezco como personaje y hay muchas voces urbanas, caóticas y poéticas, las asumo como parte de mi mundo en el cual crecí. De esa Lima que aún me sigue siendo inaprehensible. Y si bien los capítulos que podríamos llamar biográficos tienen un lenguaje más directo, diríamos funcional (aunque llamarlo así sería reducirlo), yo los asumo como los capítulos más literarios. Como ves, esos dos registros los tengo incorporados y se interrelacionan… Y sí, quizás la imagen del transporte del retrato de la mujer sea la metáfora de todo lo que te acabo de decir. Estos niños llevan un retrato, una recreación, a otro espacio, cerrado, en el cual la transformarán en real. Lo ficticio en lo real y lo real en lo ficticio. Esto también lo detectó y explicó muy bien Rosella Di Paolo.
Para finalizar, me gustaría que me cuentes un poco el proceso de escritura de esta novela. Hace un rato me dijiste que el germen aparece ya en un texto que publicó una revista mexicana hace varios años. Después me contaste que el episodio de Bordeaux ya lo habías escrito en Lima, mucho antes de que supieras que ibas a venir por aquí. Pese a la brevedad del texto, has trabajado en él más de cuatro años…
Si empiezo a buscar rastros de la escritura de esta novela, debo remontarme a principios de los años noventa. Claro, en esa época no tenía una idea de lo que quería escribir. Un primer bosquejo fue un libro de cuentos que reúna tres cuentos largos teniendo como personaje común a Féfer el enano. El primer cuento fue el que apareció en México, a principios de los noventa, el segundo lo escribí en Corea del Sur el 97 y el tercero 99. Como puedes ver, entre la escritura de estos cuentos fue que escribí también mis otros libros de cuentos. La idea de la novela, como tal, se me ocurrió el año 2002, durante un viaje que hice a la ciudad de Murcia. Allí conocí a un historiador que me enseñó una reproducción de las inscripciones mortuorias halladas en Segóbriga. En ésta leí: Sit tibi terra levis. Que la tierra te sea leve. Fue a partir de este momento que todo cobró sentido en la propuesta de mi novela. Luego todo fue un trabajo de refundir los cuentos, reescribir gran parte de lo ya escrito y escribir el resto, pero con un norte más definido… Como te lo explico, todo suena muy organizado, pero no fue así. Especialmente en la última etapa de la escritura, al saber lo que quería decir, y cómo decirlo, me fue ganando la ansiedad. Recuerdo que era pleno verano limeño cuando llegaba a las páginas finales y me encontraba en un estado febril, escribiendo sin detenerme. De pronto sentí que debido al calor y a la ansiedad por llegar al final, mi ropa me incomodaba y fui quitándomela. Así continué y, cuando puse el punto final, transpirado al extremo, me hallé completamente desnudo y exhausto.
¿Estás trabajando en otra novela en este momento? Por otro lado, vives en Europa desde hace varios años, ¿me puedes contar un poco lo que estás leyendo? ¿Estás al tanto de lo que se publica en Perú?
Estoy escribiendo otra novela. En verdad ya escribí una segunda y tercera versión. Me parece que acabaré el próximo año. Lo digo porque ya tengo en mente otros libros que quiero escribir, pero antes necesito acabar ésta. Y lo que leo ahora está muy cercano a los libros que tengo en mente. Leo biografías de Víctor Hugo y Mallarmé, crónicas de modernistas de entresiglos. Y sobre estar al día con lo que se publica en Perú, son más las noticias que tengo de los libros que las posibilidades de leerlos. Los libros tardan seis meses en llegar a la biblioteca de la Universidad de Burdeos. Claro, algunas veces tengo amigos generosos que me envían sus libros y puedo leerlos antes. Lo último que he recibido es un libro de cuentos de José Güich, Los espectros nacionales, y lo estoy leyendo con mucho placer. Y también estoy releyendo algunas crónicas de un libro que me atrapó, Sexografías, de Gabriela Wiener. Tengo la impresión de que en el campo de la crónica en español se están escribiendo libros notables, y el de Gabriela Wiener es uno de ellos.

En: Porta9

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